martes, 15 de octubre de 2013

EL ECO DE TUS PASOS


“Si yo no tuviera memoria no podría imaginar”
Jorge Luis Borges

“La tarea de un escritor no es la de cambiar la vida, sino reflejarla y no dejarla morir en el olvido...”
Héctor Tizón



Por RAFAEL BELAUSTEGUI



lunes, 14 de octubre de 2013

CAPÍTULO I - LA LLEGADA

Me atraparon. Los cuadernos de Papá serán parte de mi vida hasta el punto final de la tarea que me he propuesto. Hace una semana llegamos con Federico a El Desquite. Hemos pasado unos días de campo a plena naturaleza, marcada por el color cobrizo del otoño y la tibieza de un sol que huye hacia el horizonte para desaparecer antes de lo que quisiéramos. Despertamos muy temprano con el mugido de vacas y terneros. Algún toro marca esporádicamente, en ese concierto, la nota grave del trombón. Aún no ha clareado y ya estamos charlando largamente con los encargados de esta tierra que Papá compró hace más de treinta años, cuando proclamó: planto bandera, ahora comienzo a ser, dejaré de representar. “Ser”, significaba que había llegado el tiempo de cumplir con las dos vocaciones que germinaron en su juventud: la poesía, novia bohemia que siempre amé, y cultivar la tierra. Tenía 70 años. Madre temió –me lo dijo- que se le esfumarían los ahorros que había acumulados cuando representaba.
Evitamos con Federico explicarles a Sabina y Marcos las razones de nuestra imprevista llegada, después de tan larga ausencia. Ni ellos lo preguntaron, soslayando indudables inquietudes. En estos días hemos recorrido el campo y revisado la hacienda. Federico felicitó a Marcos.
-Si usted ingeniero lo aprueba...
Anoche, finalmente, mandé un correo a madre dando razón de nuestras vidas y cuenta de nuestro silencio. Lo hice respetando la manera epistolar que ella prefiere. Jamás aceptó el formato electrónico. Aún no la habíamos llamado y ella tampoco lo hizo.

Para orion2@filo.uba.ar

Asunto -Carta desde El Desquite

“Madre: No llamé la noche de nuestra llegada porque era tarde y estaba agotada. Llegó el momento de ponerte al día. Los encargados nos recibieron con un plato caliente y frutas. La casa estaba húmeda y fría, como sintiendo la ausencia de Papá. Sabina lamentó que no le hubiéramos anticipado nuestra llegada. Parecían ansiosos por descubrir las razones. Presenté a Federico. Lo conocemos de mentas, dijeron. Esa noche nada más les dije, salvo que ya era hora de presentarles a quien desde hace tres años está conmigo y forma parte de la familia. Estaban preocupados por la fría humedad de la casa. La casa demora en calentarse. Desde que falta el patrón no encendimos la chimenea, se excusó Sabina. Marcos anunció un mayo de siempre, desapacible, gris, lluvioso. Celebró que hubiéramos venido antes de la siembra del trigo, para atendernos mejor y recorrer con tiempo el campo. Veré en qué momento les digo la verdadera razón de nuestra presencia. Trataré de postergarlo, mientras nos acomodamos y yo organizo mi tarea principal. Estaremos unos cuantos días, la casa tendrá tiempo para templarse, les dije. Indirectamente informaba que no sería una visita corta. Esa noche en el hogar ardieron grandes leños para asegurar, en pocas horas, un ambiente más confortable. Nos retiramos a descansar con un par de ginebras, para el mientras tanto. Era el rito de Papá, me enteré.
“Al día siguiente, después de desayunar, pedí que abrieran el escritorio, cerrado durante estos años. Don Marcos, custodio de la llave, declamó con cierto orgullo: Soy el guardián de este lugar, el templo del patrón Así lo mencionaba. Aquí no ha entrado nadie desde que me entregó las llaves, antes de volver a la capital. La última vez me llamo aparte y me dijo: tomalas, sin darme ninguna explicación. Le comenté a Sabina que algo andaría tramando. Ha pasado mucho tiempo, cada tanto abrimos para ventilar y sacudir el polvo que se filtra por las hendijas cuando sopla e viento del Oeste. Se encerraba horas y horas aquí. Escribía y leía viejos libros, traídos de a poco en cajas de cartón. La música traspasaba las paredes. Óperas, tangos, y una milonga, cantada por un dúo uruguayo, la misma, siempre. Lo interrumpí. El hombre de campo es palabrero, y yo ansiaba estar sola. Con pena, le dije: ¿qué le parece si la seguimos mañana Don Marcos? Como mande, patrona respondió. No me gustó tener que frenarlo. Papá me había participado su profunda amistad con esta gente, más allá de la relación laboral. Con su “como mande, patrona”, Marcos nos tiró de frente, con respeto, la innegable realidad de su dependencia laboral. Federico lo tomó afectuosamente del hombro y quedó como colgado del sesentón corpulento y campechano que lo arrastró hacia afuera. Cerré la puerta a mis espaldas y escruté el lugar. El corazón se me aceleró. Reconocí los libros de Papá, los trofeos ganados en regatas, los recuerdos traídos en sus viajes, las fotografías apoyadas contra los libros a lo largo de los estantes. Entre todos esos objetos, uno me paralizó. La foto que dominaba desde lo alto de la biblioteca. Cuatro rostros sombríos, duros, muy serios, que parecían mirar desde el más allá, alumbrados por un foco de luz directa que realzaba la penetrante fuerza de sus miradas. Era la fotografía de Matilde junto a sus tres hijos, Valeria, José y Martín, mis hermanos del primer matrimonio de Papá. ¿Es cierto, madre, que la foto fue tomada pocos días antes del secuestro de Martín?
“Había sobre el escritorio altas pilas de carpetas con los papeles de Papá: documentos, cartas, fotos, anotadores, recortes. Es lo que alcancé a ver en una primera visión muy rápida. Pienso que en los tres cuadernos y carpetas del maletín -que finalmente estaban aquí, como suponías- está todo lo que él no quería que se lo llevara el olvido. El maletín me espera junto al ventanal. Aquella pequeña valija es como un imán que atrae mi mirada.
“Tendré que compartir la tarea que fue la razón fundamental de este viaje con las otras que me has encargado: pagar cuentas, organizar la mudanza, liquidar el parque de automotores, las herramientas y maquinaria agrícola. Además, me las arreglaré para trabajar en lo mío. Madre, te hago una pregunta: ¿Qué haremos con el escritorio de Papá? ¿A dónde llevaremos todo lo que ha depositado en su “templo”? Solucionaré paso a paso las dificultades. Mientras tanto, trataré de avanzar en el libro todo lo que pueda. Quiero recuperar mi normalidad y cumplir con Papá. Liberarme de lo que he asumido como un mandato, sin serlo, pues no existió una voluntad claramente expresada. Aunque lo vivo como tal y me agobia y me agobiará, mientras no me saque esto de encima. Dicen que hay mandatos implícitos, que se asumen sin haberlos recibido. Vos lo sabrás mejor que yo, te habrá tocado interpretarlo en algún diván, ¿no? Quisiera concluir aquí, en este ámbito, las anotaciones para el libro que me propuse escribir, que ya ronda en mi cabeza y me pesa en el corazón. Federico me dará una mano en lo del campo Me ilusiono en que también podrá asistirme en esta otra tarea. Trataré de volver con una idea acabada del libro y con el esquema de una primera versión, para redactarlo a mi regreso. Quiero hacerlo personalmente, aunque me lleve un par de años, o más. No entregaré la redacción final a otras manos. Veremos. No tengo la facilidad de Papá para escribir. Anoche anduve desvelada por un problema. ¿Cómo distinguir su voz de de la mía? En mi cabeza retumban sus palabras mezcladas con mis pensamientos. Buena parte del texto que imagino se basa en nuestros diálogos a bordo del Huayra, en aquel viaje que no contó con tu aprobación. Una inconciencia, decías. Sospecho que temías un deschabe, ¿no? Hay cosas que es mejor dejarlas donde están, secretos de familia. ¿Para qué destapar ciertas las ollas? Comenté con Papá tu inquietud- Me guiñó el ojo. Lo cierto es que zarpamos y en cien días de navegación conocí al viejo como si hubiera lo hubiera parido.
“He notado que se me ha pegado bastante el estilo de Papá. No sé si por el influjo de la larga convivencia náutica o por su presencia fantasmal entre estas paredes. Temas para pensar y resolver. Lo hablaré con Federico, que de escribir no sabe un corno, pero derrocha sensatez.
M.”

domingo, 13 de octubre de 2013

CAPÍTULO II - LA NOTA

"Las estaciones trasmutan el color de los cipreses alineados en el horizonte. Marcan la frontera entre un espacio zoológico y vegetal y nuestra intimidad. Del otro lado, la pampa; de éste, las casas. En el idioma del hombre de campo el lugar donde uno vive se expresa en plural. El ocre de los cipreses calvos denuncia el comienzo del invierno. Aquí es muy frío. El invierno se anticipa en estas latitudes sureñas, y cuando el viento sopla del mar una humedad espesa impregna los ambientes. Sobre todo los orientados al sur, como el dormitorio. Deberán convivir con la maldad del clima sureño y pasar aquí muchas noches, largas noches. En cambio, podrán disfrutar el sonido del viento que silba en el follaje de las casuarinas y suena como un concierto de violines."
Estas líneas, de puño y letra de Papá, describen este lugar. Parece sugerirlo como el lugar ideal para... No quiero arriesgar una conclusión precipitada. Pero está claro que algo rondaba en su cabeza. Convivir con la maldad del clima sureño y pasar aquí muchas noches, largas noches... ¿Para qué, si no, para lo que sugiere en las líneas siguientes? La hoja manuscrita, arrancada de algún bloc, reposaba solitaria en un cajón del escritorio, como servida en bandeja. Los otros cajones, abarrotados de papeles, no se podían abrir. La nota avanza más explícita: Si mi ilusión se cumpliera, aquí tendrán .paz y tranquilidad para concentrarse en una tarea que no les será fácil. Y remataba con una de las suyas, yo andaré por ahí, por si me necesitan. Pluralizaba, incluyendo a madre, aun cuando sabía que no vendría porque detestaba el campo. Entonces, ¿quién si no yo era la destinataria de esas “Notas de última voluntad con recomendaciones para facilitar la reconstrucción de mi memoria”? Este era el manuscrito del cual me habló en el verano del 2017, durante el crucero por la costa uruguaya a bordo del Huayra. Entonces mencionó unas instrucciones dejadas en el escritorio del campo, acerca de unos cuadernos que había escrito durante varios años, guardados en un maletín junto con otros papeles. Pretendía que esos cuadernos -tres, creo recordar- no fueran llevados por el viento del olvido. Imaginaba que madre y yo los exhumaríamos para rescatarlos de las basuras que se van con uno. Arriesgó: Quisiera que se ocupen de perpetuarlos, aunque sólo sea en el estante de una biblioteca, al alcance de quien pudiera interesarles. Poco después del viaje, Papá murió de neumonía, Y por años nunca más en casa se habló del tema, salvo la vez que le pregunté a madre donde estarían esos cuadernos y me respondió que estaban en un maletín que se habría llevado al campo. Me pareció que eludía la respuesta precisa.
Le entregué a Federico el manuscrito. Le di también una copia impresa, dejada en el mismo cajón. La leyó con detención, me pareció que más de una vez. Alternaba el papel escrito a mano con la copia impresa. Sentado frente a mí, no me perdí uno solo de sus gestos. Cuando terminó de estudiarlo -fue más que una lectura- dejó caer las hojas con las dos manos sobre ellas, como para evitar que alguien se las llevara.
-Dejando de lado el contenido, tan ambiguo, tan poco explícito, ¿para vos ese manuscrito es un regalo venido del más allá, con esa extraña manera de expresarse?
-Eran sus maneras, me habitué a ellas.
-La letra de tu viejo es ilegible. Pienso que estaba muy interesado en que se leyera bien la nota, por eso les dejó la traducción -gesto de entre comillas- a máquina...
-A mi la copia me sugirió una idea. Hoy dormiré más tranquila.

sábado, 12 de octubre de 2013

CAPÍTULO III - TAREAS

Mi compromiso con madre era levantar la casa para desprendernos del campo. Alquilarlo, venderlo, no sabíamos aún. El maletín descansa sobre una mesa baja de pino rústico, junto a un jarrón azul con espigas de trigo de la última cosecha. Allí lo dejó Papá -lo supe por Marcos- cuando cerró y le entregó las llaves. Atrapa mi vista. Lo percibo hasta en la oscuridad de la noche. Respira, irradia energía. Me atrae como un talismán. Me llama sin nombrarme. Se interpone a mis pasos. Me sujeta. Irrumpe en mis sueños. He observado con atención otras cosas que convocan recuerdos. Los guerreros medievales de madera tallada, ordenados sobre el tablero de ajedrez en formación para el ataque. Los libros apilados aquí y allá, sin espacio en la biblioteca. Sobre la mesa del comedor la yerbera de plata del Alto Perú, regalo de casamiento de tatarabuelos de Papá, considerada muchos años una sopera, con el misterio de su tapa con llave. La enorme chimenea ocupa casi toda una pared. Encendida parece un incendio. Las paredes de ladrillo asentado en barro deslucen los cuadros. Una reproducción de “El Jardín de la Delicias”. El óleo de un paisaje costero, una ensenada tropical de aguas azules con laderas de palmas altas y casitas de techos rojos y azules, firmado por Roberto Álvarez Forn. “Caixa do Aço, Florianólolis”, reza la chapita de bronce. Una gran foto del Huayra, con la tripulación en cubierta, fondeado en una bahía cercada de montañas. “Isla Robinson Crusoe, Mil Millas Chilenas, ¡¡¡Primeros!!!”, leo escrito sobre el casco amarillo.
Era el rincón preferido de mi padre. En él permaneceré un tiempo indefinido, difícil de evaluar mientras no me sumerja en los cuadernos y decida cómo encarar las otras tareas. Tengo muchas ganas de zambullirme en los papeles de Papá. Esquivaré las otras ocupaciones, mientras pueda. Lo primero es un deseo, una voluntad. Lo segundo una obligación, un requerimiento, de madre.
Convine con Federico echar primero un vistazo a los papeles y planificar con tiempo el desguace del campo. Todo se hace más difícil después del hallazgo del templo de Papá. Una rápida lectura del material me llevará varias semanas. Además, no es sólo cuestión de leer. Tampoco bastará una trascripción literal al Word y apretar la tecla “enter”, tarea de mero copista. Por lo que he visto y parece sugerir Papá en sus Notas de última voluntad..., debo ordenar, seleccionar, descartar e incluir confesiones, testimonios y fragmentos dispersos en esos cuadernos y en cuanta carpeta, sobre, recorte y papelucho suelto ande por aquí.
¿Qué tiempo me llevará reflexionar y ponderar todo este material? ¿Cuándo definir la estructura de la obra para hacer soportable el contenido tan complejo y diverso de la vida de Papá? Pesado, muy pesado, en buena parte. Testimonios escritos, orales, fotográficos, periodísticos, epistolares, dispersos en registros de todo tipo. Algunos conservados en otras memorias a las que deberé acudir para alimentar la mía. Tarea no menor será investigar ciertas oscuridades, reconocidas por Papá, que no pudo -¿o no quiso?- resolver. Que otros lo hagan, si les vale la pena. Desentrañar y esclarecer esta papelería es un trabajo para hacer aquí, Menuda tarea quedará a para Buenos Aires, un garrón que no es para afrontar ahora, porque demandará muco tiempo.
Una traba que debo resolver es mi tendencia a sentirme inclinada a sostener ciertas ideas de Papá, por el simple hecho de que es mi padre. No en todo concordaba con él. Estoy dispuesta a impugnar lo que merezca mi discrepancia, con el debido respeto. Otra dificultad, no menor, es la de reconocer cuándo habla en serio y cuándo manipula con la ironía y la humorada. Las he visto rondar por aquí. Tendré que andar con cuidado para no meter la pata.
Si no hago este trabajo ahora no lo haré jamás. Es el momento oportuno. Madre esperó el suyo, manejando los tiempos y las circunstancias con paciencia y sagacidad. Y ahora, finalmente -¿mera coincidencia?- cuando encuentro el maletín, debo ocuparme también de las otras cosas que me ha pedido madre. Terminé mi carrera y no tengo aún obligaciones familiares ni laborales. Conservo las anotaciones que escribí y grabé en nuestros largos coloquios navegando con Papá. Pasaron seis años. Cuando navegamos yo era estudiante del último curso de periodismo. Él vio la oportunidad de que yo hiciera un trabajo práctico. Encierra una historia que no merece el desdén del olvido. En eso coincido con Papá. Sus cuadernos son mucho más que un diario personal. Contiene la crónica de hechos difusos conocidos por pocos, o desconocidos. En el contexto de las cosas que le pasaron a Papá, y a tantos argentinos en la segunda mitad del siglo pasado, lo padecido por él trasciende lo personal. Agradezco a madre haberme preservado el sosiego necesario en el último tramo de mis estudios. Ahora puedo trabajar para reconstruir la memoria de Papá. Valdrá el intento. Después, completaré la tesis y haré un postgrado en Letras. El viejo me hubiera agradecido esta variante del síndrome de “M´hijo el Dotor”. Después, habrá que largarse a volar.

viernes, 11 de octubre de 2013

CAPÍTULO IV - CUADERNOS

Ahí, junto a la ventana, espera el objeto, inanimado para quien lo mire, imperceptible hasta que lo enciende el resplandor mañanero que avanza desde el Este. Ese cuerpo asume plena identidad y presencia recién con los rayos del sol. Yo entonces, además, descubro un movimiento, como si respirara para mí, sólo para a mí. Cuando madre me habló de él, me dijo que adentro latía una vida. Es posible que esté hechizada por esas palabras. Es un fantasma que crea mi ilusión.
Confieso que me sorprendió la primera vez que Papá mencionó los cuadernos. Hasta entonces había eludido las confidencias, dejando en el aire alguna tímida pregunta arriesgada por mí. Papá era abierto y campechano, directo y de brutal sinceridad. Pero ¿quién podía sacarle de adentro esos callos de amores y dolores sepultados durante años en lo más hondo de su pecho? Era difícil atreverse a penetrar en su intimidad. Uno imaginaba que interponía una valla, pero no era así. Sabía marcar distancias para alejar a curiosos e impertinentes luciendo un carácter alegre y jovial que desconcertaba. Un día me soltó que durante años había escrito un diario personal, recuerdos de mi vida, observaciones sobre hechos que me interesaron, reflexiones deshilvanadas y poesías y cuentos, cuando podía. Escribir fue una de mis vocaciones, amé la literatura desde antes de tener la edad de amar.
Me lo dijo al timón del Huayra, el más durable de mis afectos. Lo tendré mientras pueda entregarle las tres cosas que los barcos demandan, como las mujeres: tiempo, cariño y plata. Si alguna faltara, mejor es abrirse. Radiante de sol, bronceado el pecho desnudo, aún fuertes los músculos de sus brazos, le fluía la vida a pesar de sus noventa años. Contradictorio y sorprendente, en ese momento de plena vitalidad me habló de la muerte,
el inexorable almanaque nos vencerá, pero presentaré lucha. Algún día me tocará perder, supongo... A la muerte sólo le pido que tarde en llegar y proceda rápido... Esos cuadernos los comencé hace muchos años, en un momento muy difícil de mi vida. Ignoraba lo que me tocaría vivir pocos años después... No sé que será de estos papeles cuando pulse el arpa o empuñe el tridente, vaya uno a saber cuál será mi destino. Le pediré a tu madre que los conserve un tiempo y, si no cayeran en manos dispuestas a lograr que trasciendan, que los queme antes de que amarilleen.
Mientras amaga la noche, mi vista se pierde en el parque que se desdibuja en el atardecer. Me acostaré temprano. Mañana, después del mate, enfrentaré el maletín que contiene los cuadernos. De ellos, a madre le habló más que a mí. Le confió que eran un testimonio descarnado, páginas enteras de exorcismo y catarsis, y le sugirió que, en su momento, me los entregara. A mí solamente me dijo que algún día los leería, pero nunca me reveló que fueran algo más que un diario de recuerdos personales. Hablé con madre después de mi reportaje flotante. ¿Qué hay de esos cuadernos que escribió Papá.? Recuerdo su largo silencio y su mirada perdida.
Largo silencio y mirada perdida fue también la de Papá cuando le pregunté, en una de esas calmas chichas que promueven las confidencias, sobre esas anotaciones.
- ¿En ellos escribiste la historia de la desaparición de mis hermanos, no es cierto?
Al rato, asintió con la cabeza.
¿Habló con madre de la poderosa muerte? Es probable, porque él no eludía el tema. La persistente tos y una fiebre que se prolongaba desde el regreso, debieron indicarle que había llegado ese momento.
Y aquí estoy yo ahora con los cuadernos de Papá que palpitan en ese maletín junto a la ventana.

jueves, 10 de octubre de 2013

CAPÍTULO V - PRIMER LLAMADO

No me interesaba una lectura cronológica de los cuadernos. A la mañana siguiente fui directo al hecho concreto que tenía en la mira. Una creciente compulsión me incitaba a abandonar las primeras páginas para ir, sin más vueltas, a la fecha del primer llamado. Fue el 2 de agosto de 1976. Papá vivía en Brasil. Matilde lo ubicó en un hotel de Riberào Preto,
finalmente se produjo el llamado que temía. La afligida voz de Matilde cuando respondí al teléfono en la madrugada, me hizo pensar lo peor. No era por José, al que suponíamos más expuesto. Era por Martín, el menor de nuestros hijos. Lo había tenido muy presente en los últimos días. El 27 de julio había cumplido veinte años. Matilde me dijo: “Se llevaron a Martín. Lo supe esta noche. A él, a su compañera Cristina y al hijito que esperaban”. Matilde me pidió que volviera, que la ayudara. Le dije que iría. Nos unió el llanto, interrumpido sin un adiós cuando corté la comunicación.
(2 de agosto de 1976)
Hojeo páginas cercanas. Una semana antes, el día del cumpleaños de Martín, y sin conocer aún lo sucedido, Papá escribió este poema:
LA ANGUSTIA
una ola asfixia mi garganta de sal
en los ojos, fuego
en el pecho, plomo
ay
recuerdos que olvidan
ay
deseos inútiles
ay
ilusiones que estallan
en espejos rotos
y la invasión amarga
que asedia antes del despertar
cuando no ha sonado la sirena de las siete
y las puertas están cerradas en la vieja fábrica
y las calles despobladas
¿realidad o sueño?
matan a Santucho en Buenos Aires
depositan un artefacto en Marte
en San Pablo
alguien en soledad
voluntaria
no deseada
gira iracundo los brazos
trata de asir afectos
en figuras de humo helado
cierra las manos y aferra
nada
allá quedaron los recuerdos
la esperanza de un reencuentro
y la distancia
y el tiempo
que deforma
todo
(27 de julio de 1976)
Junto a la página donde escribió el poema está la carta de Martín anunciando el hijo que nacería en marzo, fechada el día anterior a cumplir los veinte años. La carta de Martín comienza sugiriéndole a Papá que al mandar dinero por correo lo envuelva en papel carbónico, “para no recibir un papel rosa, sin los cruceiros anunciados, en una carta perfectamente cerrada”. Y luego, lo sustancial: “Ahora tomate otro vaso de vino porque viene una noticia bastante gorda: ¡VOY A SER PAPÁ!... como dice el refrán, no hay dos sin tres. Vale te dio a Tamara y José al Toti... espero darte el nombre de tu tercer nieto cuando lo hayamos decidido, y compartir, aunque sea desde lejos, la emoción de esta linda noticia. El jueves de la semana pasada el análisis confirmó el embarazo de Cristina. Ya debe tener un mes y medio, así que llegará para mediados de marzo. ¿Qué te parece?... espero que en agosto, con Analía, puedan encarar bien sus futuros. Mamá y Beto se van dentro de pocos días (a París), así que haceme llegar tus cartas a la dirección en Buenos Aires que te indico. Yo las voy a pasar a retirar. ¡Seguí escribiendo! Te mando un beso y un abrazo grande, mío y de Cristina. Suerte, y hasta pronto. MARTÍN ”
Papá supo por José que por casualidad, (¿casualidad?), encontró en el camino a Martín, quien alcanzó a decirle rápidamente (porque el partido no permitía encuentros callejeros): “Voy al correo a despachar la carta en la que le cuento al viejo que esperamos un hijo”. Me enteré de este episodio en una de mis pláticas abordo del Huayra. Lo anoté en mi agenda y lo subrayé con lápiz rojo, y en el margen coloqué un signo de interrogación. Me pareció un hecho demasiado fortuito. Papá no dudó; viniendo la información de José, para él era santa palabra.
La carta de Martín no parece la de un militante. ¿Lo era Martín? Fue el primero en caer y el último de los hermanos comprometido. Papá negaba su militancia activa, porque se movía sin ocultamiento, trabajaba con su documentación legítima, e indicaba las direcciones donde recibiría la correspondencia. Quiso ser solidario con ellos, no mantenerse al margen, estar presente, ayudarlos fraternalmente, sostenía Papá. Si bien su último domicilio fue una casita frente a la Puerta 8 de Campo de Mayo, Papá desechó lo que le dijeron algunos informantes, según él poco confiables: Que interfería mensajes militares. La electrónica era el “hobby” de Martín, que trabajaba en una importante empresa de comunicaciones. Lo envolvieron a Martincito en una intriga, la represión no admitía la menor sospecha, y lo condenaron. Veré qué más me dicen los cuadernos. Llama la atención que enviara direcciones por correo y que retirara personalmente la correspondencia. Quizá Papá haya tenido razón. Ya no está Papá para aclararlo.

miércoles, 9 de octubre de 2013

CAPÍTULO VI - POR MARTÍN

En San Pablo Papá no era feliz. El proyecto de reencauzar su segundo matrimonio no se concretaba. La esperanza de comenzar una nueva vida en Brasil con su segunda familia, se diluía día a día. Había logrado un buen empleo, lejos de una Argentina en crisis y de un Buenos Aires atroz. Su mujer Analía, sus hijos adolescentes Mara y Juan, y el pequeño Fabián, lo visitaron algunas pocas veces en el departamento de San Pablo, elegido con la ilusión de un reencuentro definitivo. Ella no se definía. Le decía que los chicos no se entusiasmaban con la idea de vivir en Brasil. Pero Papá sabía que la decisión era de la madre. El poema visionario que escribió el mismo día del secuestro de Martín, refleja esos sentimientos en las últimas líneas: Allá quedaron los recuerdos, la esperanza de un reencuentro. Había otra importante razón para vivir fuera de Argentina, quizás la principal. Buscaba un escenario diferente para favorecer la reconciliación y la reconstrucción de su hogar. Brasil era también un posible lugar para el exilio de Valeria y José, si lograba convencerlos de que salieran del país. Era una esperanza muy remota. La firmeza ideológica de esos hijos, la decisión de luchar a muerte después del secuestro de Martín, eran inconmovibles. Lo supe en algún puerto del otro lado del río, entre mate y mate, en la penumbra de la cabina del Huayra.
Ahora lo confirmo leyendo en el cuaderno,
Matilde pide que vaya Buenos Aires, que la ayude. Analía, invocando a Mara y Juan, pide que me quede. Es inútil, nada podrás hacer, insistía. Yo estaba casi convencido de que a mi querido hijo Martín lo habían matado después de horrendos tormentos. Así proceden. Pienso en Valeria y en José. Ellos querrán verme en Buenos Aires. Lo vano de mi presencia, en la óptica de Analía, no toma en cuenta mi responsabilidad paterna y mi profundo amor y admiración por esos hijos que se juegan la vida por sus ideas. Había también mucho miedo en ese pedido, buscaba sacar de la danza macabra a nuestros hijos. Me dicen amigos que el miedo está instalado en toda la sociedad, alimentado por una represión brutal que alcanza a familias enteras. Pensaré qué hacer. Aquí, nadie podrá aconsejarme, nadie me podrá comprender, nadie me escuchará en este páramo. Analía y esos chicos son mi familia actual. Son mi amor, son mis amores ausentes. Los espero en vano desde hace un año. Se repiten promesas incumplidas. Recibí hace poco una carta diciéndome:“Tengo muchas ganas de entregarme”. En su lenguaje críptico me dice que está despejando sus dudas. ¿O me ilusiono? Sin embargo, reafirma: “entregarme sin reservas, sin miedo”. Me convence, es su manera de decir que volverá conmigo. Mi largo trabajo por el reencuentro parece llegar a un buen final. Ojalá pueda, seguiré adelante la vida que elegí, aquí, junto a ellos. Valeria y José continuarán con la que optaron. Martincito cayó. Si viajo a Buenos Aires no haré nada que arriesgue mi vida, mucho menos la de Analía, o la de nuestros hijos. Tampoco renunciaré a mi responsabilidad de padre de Valeria, José y Martín. Tendré que definirme en las próximas horas.
(2 de agosto de 1976)
Supe lo que decidió cuando retomé la lectura después de un respiro. Envuelta en un poncho de Papá, caminé por el parque hasta que el frío y la noche me devolvieron al cuaderno, a esas líneas que, como siempre, en buena parte descifro apremiada por mi ansiedad,
llego de regreso a San Pablo después de trotar Buenos Aire, durante una semana, indagando el destino de Martín. Siempre en el corazón hay lugar para una esperanza. Pero vuelvo con la confirmación, no oficial -jamás podría serlo- de su muerte. Martín, el sereno, el reflexivo, el equilibrado, que fue tantas veces mi consejero, a quien yo le decía, parafraseando a Martín Fierro “hijo que da consejos más que hijo es un amigo”, ha muerto. Lo han asesinado. En otro momento escribiré largamente sobre él. Hoy recuerdo la pregunta de Juan cuando recibió la noticia: “Papá, ¿qué siente un padre que ha tenido un hijo así?” Cuando intenté una respuesta adecuada para un niño de once años, me respondió: “Pero murió por sus ideas”. La última imagen que tengo del hijo que me llevaron es verlo alejarse de la clínica de Tigre, donde visitó a Analía, internada por una operación menor. Lo vi caminar por la Avenida Cazón hacia la estación, hasta que dobló la esquina, para siempre.
(8 de agosto de 1976)
Hoy me senté bajo la sombra de los paraísos cercanos a la casa. A mi vista tengo la fuente comprada por madre para adornar el parque, con los dos angelitos regordetes, los “puttini”. Danzan sobre una plataforma desbordante de uñas de gato que vuelcan hasta el suelo con sus flores púrpuras, rodeada por tallos de agapantos que en el verano ofrecerán sus azules intensos. Descanso unos minutos. A lo lejos silba una perdiz. El día está sereno. Cúmulus muy blancos aseguran buen tiempo. Voy disfrutando mis nuevos conocimientos. Marcos me enseñó a reconocer el silbido de las perdices y Papá que esas nubes no preanuncian tormenta. Avanzo en la lectura,
no he logrado escribir todavía sobre la desaparición de mi hijo Martín. No he tenido más noticias de Buenos Aires. ¿Deberé convencerme de que está muerto? El dolor y la tristeza actúan como anestesia sobre mi capacidad para expresarme. Esta muerte sin entierro, sin pésames, la incertidumbre que impide el duelo, potencian mi desamparo en la tierra extranjera. Solía criticar la costumbre de enterrar. El hombre es el único animal que sepulta sus muertos, decía horrorizando a mi familia. Me burlaba del luto guardado por las mujeres con velos y de las corbatas y cintas negras en las mangas de los varones. ¡Costumbres ridículas!, vociferaba. Hoy me arrepiento de haber hostigado así a mi familia y comprendo la necesidad de ostentar la pena. Me defiendo de una manera simple: eludo pensar, esquivo los recuerdos. Meto mi cabeza en cualquier agujero oscuro. La opresión crece día a día. Algo pasará. No sé cuándo. Comparto mesas con hijos ajenos. Sonrío y juego con las criaturas. Por dentro, lloro. Isa me ofrece su amistad, me invita a su mesa, me acerca a sus hijos que podrían ser los míos. Y mientras por este lado soplan aires cálidos, un frío temporal del sur amenaza con su silencio. Martín, hijo mío, con tu desaparición termina una de mis pocas oportunidades de diálogo. Contigo yo hablaba y tu me escuchabas. Reflexionabas y yo entendía. Una vez me dejaste sin respuesta. Eras niño, muy niño, no tendrías más de cinco años, y me preguntaste: ¿Papá, cuando se acabe el tiempo, nosotros vamos a estar? Pero había quedado en no pensar.
(17 de agosto de 1976)
Isa era una amiga paulista que Papá recordaba con mucho cariño. Fue el soporte afectivo que tuvo en esos días. Navegando, la evocaba con frecuencia. Siguió siendo su amiga por muchos años. Supe que madre la conoció en Buenos Aires.
Nuevamente me distraigo. Una calandria impide el silencio. La voz de Papá se hace presente. Le pregunté si plagiaba,
no hay plagios en el lenguaje oral. Conversando las citas embellecen. No hace falta revelar el origen, suena pedante. “Prohijación de pensamientos” decía Unamuno, Y Borges sentenció: “Si mi carne humana asimila carne brutal de ovejas, ¿quién impedirá que la mente humana asimile estados mentales humanos?” El plagio existe cuando hay intención de robar ideas para comercializarlas. Dos personas, sin conocerse, pueden coincidir en el mismo pensamiento y con idénticas palabras. Claro, si en un texto se transcriben páginas enteras es distinto, ¿no?
Lo cierto es que la calandria que impidió el silencio me obligó a levantar la vista y observarla. Esa criatura frágil, pequeña, temerosa, desde la rama me ofreció un concierto digno de dioses. La interrupción me rescató del texto lacerante y pude vagar con la mente vacía por el cielo sin horizontes, extendido sobre el poncho otoñal de la pampa. Pensé continuar en otro momento, pero me topé con el poema:

RECUERDO DE MARTIN
La equívoca distancia del tiempo
imprime los matices del olvido.
La sangre mancha cuando está tibia,
después tiene el color de los viejos retratos,
que conservan imágenes e ignoran sentimientos.
¿Merece el dolor el homenaje del recuerdo?
¿Mañana será silencio nuestra cobarde debilidad?

No habrá sangre tibia ni dolor presente
cuando las muertes de nuestros hijos mártires
renazcan en las vidas del mundo que soñaron.
Ni cuando el soplo de sus últimos alientos
con el que hoy intentan atizar el fuego
sea la brisa que abrigue al hombre nuevo
(San Pablo, 25 de agosto de 1976)

¿Fueron mártires? ¿Fueron héroes? Discurrimos amarrados en algún puerto uruguayo. Me dio su visión sobre el tema. Para mí no fue suficiente. Quise seguir conversando, pero fue inútil. Me pareció que lo agobiaba. Lo hablaré con Federico.