lunes, 14 de octubre de 2013

CAPÍTULO I - LA LLEGADA

Me atraparon. Los cuadernos de Papá serán parte de mi vida hasta el punto final de la tarea que me he propuesto. Hace una semana llegamos con Federico a El Desquite. Hemos pasado unos días de campo a plena naturaleza, marcada por el color cobrizo del otoño y la tibieza de un sol que huye hacia el horizonte para desaparecer antes de lo que quisiéramos. Despertamos muy temprano con el mugido de vacas y terneros. Algún toro marca esporádicamente, en ese concierto, la nota grave del trombón. Aún no ha clareado y ya estamos charlando largamente con los encargados de esta tierra que Papá compró hace más de treinta años, cuando proclamó: planto bandera, ahora comienzo a ser, dejaré de representar. “Ser”, significaba que había llegado el tiempo de cumplir con las dos vocaciones que germinaron en su juventud: la poesía, novia bohemia que siempre amé, y cultivar la tierra. Tenía 70 años. Madre temió –me lo dijo- que se le esfumarían los ahorros que había acumulados cuando representaba.
Evitamos con Federico explicarles a Sabina y Marcos las razones de nuestra imprevista llegada, después de tan larga ausencia. Ni ellos lo preguntaron, soslayando indudables inquietudes. En estos días hemos recorrido el campo y revisado la hacienda. Federico felicitó a Marcos.
-Si usted ingeniero lo aprueba...
Anoche, finalmente, mandé un correo a madre dando razón de nuestras vidas y cuenta de nuestro silencio. Lo hice respetando la manera epistolar que ella prefiere. Jamás aceptó el formato electrónico. Aún no la habíamos llamado y ella tampoco lo hizo.

Para orion2@filo.uba.ar

Asunto -Carta desde El Desquite

“Madre: No llamé la noche de nuestra llegada porque era tarde y estaba agotada. Llegó el momento de ponerte al día. Los encargados nos recibieron con un plato caliente y frutas. La casa estaba húmeda y fría, como sintiendo la ausencia de Papá. Sabina lamentó que no le hubiéramos anticipado nuestra llegada. Parecían ansiosos por descubrir las razones. Presenté a Federico. Lo conocemos de mentas, dijeron. Esa noche nada más les dije, salvo que ya era hora de presentarles a quien desde hace tres años está conmigo y forma parte de la familia. Estaban preocupados por la fría humedad de la casa. La casa demora en calentarse. Desde que falta el patrón no encendimos la chimenea, se excusó Sabina. Marcos anunció un mayo de siempre, desapacible, gris, lluvioso. Celebró que hubiéramos venido antes de la siembra del trigo, para atendernos mejor y recorrer con tiempo el campo. Veré en qué momento les digo la verdadera razón de nuestra presencia. Trataré de postergarlo, mientras nos acomodamos y yo organizo mi tarea principal. Estaremos unos cuantos días, la casa tendrá tiempo para templarse, les dije. Indirectamente informaba que no sería una visita corta. Esa noche en el hogar ardieron grandes leños para asegurar, en pocas horas, un ambiente más confortable. Nos retiramos a descansar con un par de ginebras, para el mientras tanto. Era el rito de Papá, me enteré.
“Al día siguiente, después de desayunar, pedí que abrieran el escritorio, cerrado durante estos años. Don Marcos, custodio de la llave, declamó con cierto orgullo: Soy el guardián de este lugar, el templo del patrón Así lo mencionaba. Aquí no ha entrado nadie desde que me entregó las llaves, antes de volver a la capital. La última vez me llamo aparte y me dijo: tomalas, sin darme ninguna explicación. Le comenté a Sabina que algo andaría tramando. Ha pasado mucho tiempo, cada tanto abrimos para ventilar y sacudir el polvo que se filtra por las hendijas cuando sopla e viento del Oeste. Se encerraba horas y horas aquí. Escribía y leía viejos libros, traídos de a poco en cajas de cartón. La música traspasaba las paredes. Óperas, tangos, y una milonga, cantada por un dúo uruguayo, la misma, siempre. Lo interrumpí. El hombre de campo es palabrero, y yo ansiaba estar sola. Con pena, le dije: ¿qué le parece si la seguimos mañana Don Marcos? Como mande, patrona respondió. No me gustó tener que frenarlo. Papá me había participado su profunda amistad con esta gente, más allá de la relación laboral. Con su “como mande, patrona”, Marcos nos tiró de frente, con respeto, la innegable realidad de su dependencia laboral. Federico lo tomó afectuosamente del hombro y quedó como colgado del sesentón corpulento y campechano que lo arrastró hacia afuera. Cerré la puerta a mis espaldas y escruté el lugar. El corazón se me aceleró. Reconocí los libros de Papá, los trofeos ganados en regatas, los recuerdos traídos en sus viajes, las fotografías apoyadas contra los libros a lo largo de los estantes. Entre todos esos objetos, uno me paralizó. La foto que dominaba desde lo alto de la biblioteca. Cuatro rostros sombríos, duros, muy serios, que parecían mirar desde el más allá, alumbrados por un foco de luz directa que realzaba la penetrante fuerza de sus miradas. Era la fotografía de Matilde junto a sus tres hijos, Valeria, José y Martín, mis hermanos del primer matrimonio de Papá. ¿Es cierto, madre, que la foto fue tomada pocos días antes del secuestro de Martín?
“Había sobre el escritorio altas pilas de carpetas con los papeles de Papá: documentos, cartas, fotos, anotadores, recortes. Es lo que alcancé a ver en una primera visión muy rápida. Pienso que en los tres cuadernos y carpetas del maletín -que finalmente estaban aquí, como suponías- está todo lo que él no quería que se lo llevara el olvido. El maletín me espera junto al ventanal. Aquella pequeña valija es como un imán que atrae mi mirada.
“Tendré que compartir la tarea que fue la razón fundamental de este viaje con las otras que me has encargado: pagar cuentas, organizar la mudanza, liquidar el parque de automotores, las herramientas y maquinaria agrícola. Además, me las arreglaré para trabajar en lo mío. Madre, te hago una pregunta: ¿Qué haremos con el escritorio de Papá? ¿A dónde llevaremos todo lo que ha depositado en su “templo”? Solucionaré paso a paso las dificultades. Mientras tanto, trataré de avanzar en el libro todo lo que pueda. Quiero recuperar mi normalidad y cumplir con Papá. Liberarme de lo que he asumido como un mandato, sin serlo, pues no existió una voluntad claramente expresada. Aunque lo vivo como tal y me agobia y me agobiará, mientras no me saque esto de encima. Dicen que hay mandatos implícitos, que se asumen sin haberlos recibido. Vos lo sabrás mejor que yo, te habrá tocado interpretarlo en algún diván, ¿no? Quisiera concluir aquí, en este ámbito, las anotaciones para el libro que me propuse escribir, que ya ronda en mi cabeza y me pesa en el corazón. Federico me dará una mano en lo del campo Me ilusiono en que también podrá asistirme en esta otra tarea. Trataré de volver con una idea acabada del libro y con el esquema de una primera versión, para redactarlo a mi regreso. Quiero hacerlo personalmente, aunque me lleve un par de años, o más. No entregaré la redacción final a otras manos. Veremos. No tengo la facilidad de Papá para escribir. Anoche anduve desvelada por un problema. ¿Cómo distinguir su voz de de la mía? En mi cabeza retumban sus palabras mezcladas con mis pensamientos. Buena parte del texto que imagino se basa en nuestros diálogos a bordo del Huayra, en aquel viaje que no contó con tu aprobación. Una inconciencia, decías. Sospecho que temías un deschabe, ¿no? Hay cosas que es mejor dejarlas donde están, secretos de familia. ¿Para qué destapar ciertas las ollas? Comenté con Papá tu inquietud- Me guiñó el ojo. Lo cierto es que zarpamos y en cien días de navegación conocí al viejo como si hubiera lo hubiera parido.
“He notado que se me ha pegado bastante el estilo de Papá. No sé si por el influjo de la larga convivencia náutica o por su presencia fantasmal entre estas paredes. Temas para pensar y resolver. Lo hablaré con Federico, que de escribir no sabe un corno, pero derrocha sensatez.
M.”

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