sábado, 12 de octubre de 2013

CAPÍTULO III - TAREAS

Mi compromiso con madre era levantar la casa para desprendernos del campo. Alquilarlo, venderlo, no sabíamos aún. El maletín descansa sobre una mesa baja de pino rústico, junto a un jarrón azul con espigas de trigo de la última cosecha. Allí lo dejó Papá -lo supe por Marcos- cuando cerró y le entregó las llaves. Atrapa mi vista. Lo percibo hasta en la oscuridad de la noche. Respira, irradia energía. Me atrae como un talismán. Me llama sin nombrarme. Se interpone a mis pasos. Me sujeta. Irrumpe en mis sueños. He observado con atención otras cosas que convocan recuerdos. Los guerreros medievales de madera tallada, ordenados sobre el tablero de ajedrez en formación para el ataque. Los libros apilados aquí y allá, sin espacio en la biblioteca. Sobre la mesa del comedor la yerbera de plata del Alto Perú, regalo de casamiento de tatarabuelos de Papá, considerada muchos años una sopera, con el misterio de su tapa con llave. La enorme chimenea ocupa casi toda una pared. Encendida parece un incendio. Las paredes de ladrillo asentado en barro deslucen los cuadros. Una reproducción de “El Jardín de la Delicias”. El óleo de un paisaje costero, una ensenada tropical de aguas azules con laderas de palmas altas y casitas de techos rojos y azules, firmado por Roberto Álvarez Forn. “Caixa do Aço, Florianólolis”, reza la chapita de bronce. Una gran foto del Huayra, con la tripulación en cubierta, fondeado en una bahía cercada de montañas. “Isla Robinson Crusoe, Mil Millas Chilenas, ¡¡¡Primeros!!!”, leo escrito sobre el casco amarillo.
Era el rincón preferido de mi padre. En él permaneceré un tiempo indefinido, difícil de evaluar mientras no me sumerja en los cuadernos y decida cómo encarar las otras tareas. Tengo muchas ganas de zambullirme en los papeles de Papá. Esquivaré las otras ocupaciones, mientras pueda. Lo primero es un deseo, una voluntad. Lo segundo una obligación, un requerimiento, de madre.
Convine con Federico echar primero un vistazo a los papeles y planificar con tiempo el desguace del campo. Todo se hace más difícil después del hallazgo del templo de Papá. Una rápida lectura del material me llevará varias semanas. Además, no es sólo cuestión de leer. Tampoco bastará una trascripción literal al Word y apretar la tecla “enter”, tarea de mero copista. Por lo que he visto y parece sugerir Papá en sus Notas de última voluntad..., debo ordenar, seleccionar, descartar e incluir confesiones, testimonios y fragmentos dispersos en esos cuadernos y en cuanta carpeta, sobre, recorte y papelucho suelto ande por aquí.
¿Qué tiempo me llevará reflexionar y ponderar todo este material? ¿Cuándo definir la estructura de la obra para hacer soportable el contenido tan complejo y diverso de la vida de Papá? Pesado, muy pesado, en buena parte. Testimonios escritos, orales, fotográficos, periodísticos, epistolares, dispersos en registros de todo tipo. Algunos conservados en otras memorias a las que deberé acudir para alimentar la mía. Tarea no menor será investigar ciertas oscuridades, reconocidas por Papá, que no pudo -¿o no quiso?- resolver. Que otros lo hagan, si les vale la pena. Desentrañar y esclarecer esta papelería es un trabajo para hacer aquí, Menuda tarea quedará a para Buenos Aires, un garrón que no es para afrontar ahora, porque demandará muco tiempo.
Una traba que debo resolver es mi tendencia a sentirme inclinada a sostener ciertas ideas de Papá, por el simple hecho de que es mi padre. No en todo concordaba con él. Estoy dispuesta a impugnar lo que merezca mi discrepancia, con el debido respeto. Otra dificultad, no menor, es la de reconocer cuándo habla en serio y cuándo manipula con la ironía y la humorada. Las he visto rondar por aquí. Tendré que andar con cuidado para no meter la pata.
Si no hago este trabajo ahora no lo haré jamás. Es el momento oportuno. Madre esperó el suyo, manejando los tiempos y las circunstancias con paciencia y sagacidad. Y ahora, finalmente -¿mera coincidencia?- cuando encuentro el maletín, debo ocuparme también de las otras cosas que me ha pedido madre. Terminé mi carrera y no tengo aún obligaciones familiares ni laborales. Conservo las anotaciones que escribí y grabé en nuestros largos coloquios navegando con Papá. Pasaron seis años. Cuando navegamos yo era estudiante del último curso de periodismo. Él vio la oportunidad de que yo hiciera un trabajo práctico. Encierra una historia que no merece el desdén del olvido. En eso coincido con Papá. Sus cuadernos son mucho más que un diario personal. Contiene la crónica de hechos difusos conocidos por pocos, o desconocidos. En el contexto de las cosas que le pasaron a Papá, y a tantos argentinos en la segunda mitad del siglo pasado, lo padecido por él trasciende lo personal. Agradezco a madre haberme preservado el sosiego necesario en el último tramo de mis estudios. Ahora puedo trabajar para reconstruir la memoria de Papá. Valdrá el intento. Después, completaré la tesis y haré un postgrado en Letras. El viejo me hubiera agradecido esta variante del síndrome de “M´hijo el Dotor”. Después, habrá que largarse a volar.

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