miércoles, 2 de octubre de 2013

CAPÍTULO XIII - NO REPETIR LA HISTORIA

Di forma en las páginas anteriores al tumulto de recuerdos que desfilaron por mi mente a la vera del Quequén. Ya volveré a ese recodo, buen lugar para meditar. Casi como el mar.

Encaro ahora la otra vertiente de los sucesos vividos por Papá en aquellos años. Él la llamaba Lahistorieta, calificación que rechazo. Insisto: fue una tragedia simultánea. Leí tres días y tres noches, extendidas hasta el crepúsculo. Me resultó difícil comprender cómo soportó a un mismo tiempo las desapariciones de sus hijos y su crisis matrimonial, su segunda separación, plagada de una serie deinfortunios con marchas y contramarchas. Está claro su esfuerzo por recomponer la relación con Analía. No fue mero espectador del derrumbe de un amor. Opino que para Papá era inconcebible una felicidad sin familia. Tomaba distancia y enseguida pegaba media vuelta para volver a acercarse. Adjudicaba los vaivenes a la brújula loca del corazón de Analía. Yo puedo acotar, después de haber leído lo que leí, que también su corazón perdía el rumbo. Era absolutamente razonable, porque el imán llamado Analía circundaba la rosa de sus vientos. Se alejaba de Analía, una mujer muy difícil, de convivencia imposible,para reintentar al poco tiempo un nuevo reencuentro. ¿Por qué tanta tenacidad por volver a ella?, le pregunté. ¿Recordás el film “Atracción Fatal”?, respondió. Eludí respondiendo: Vagamente.
Conmigo, no quiso hablar más del tema. Madre fue más explícita y me entregó una confidencia, o infidencia. Me dijo que abrumado por la culpa de ciertas infidelidades un día le confesó a Analía sus travesuras y le pidió la absolución de sus pecados. Resabio de su formación religiosa. Porque fue católico practicante hasta los diecisiete años, como su padre lo fue hasta el último aliento. ¿Ilusionó una absolución?, pregunté a madre. Sí, una ingenuidad. Sostenía que la infidelidad puede perdonarse, pero no la deslealtad, y que él siempre había sido un marido leal. Ojo con esos conceptos, le advertí a tu padre. Conmigo no arriesgues. Madre me aseguró que Papá respetó la ley de juego y lograron un matrimonio estable por más de veinte años. Me estoy desviando, volvamos a Analía.
La confesión resquebró los pilares del matrimonio. Se fueron agrietando día a día, no se derrumbaron al primer temblor. No me ocuparé de esto. Mi primera conjetura sobre sus obsesivos intentos por reconstruirlo, fue que intentaba recuperar la convivencia con sus otros hijos, deseo cada vez más intenso a medida que la militancia alejaba a los mayores.
En esto cavilaba cuando llamó Federico.
Llamó desde Buenos Aires, bien temprano. Me dijo que se embarcaría en el rápido a Necochea de las nueve de la mañana. Iré a buscarlo. Como llega minutos antes del mediodía le propondré un almuerzo. Tengo que salir del atolladero en que me he metido. Sabina y Marcos decidieron faenar hoy una ternera para abastecer de carne tierna al climatizador, un sistema muy difundido en el campo que mantiene frescos a los alimentos, en un ambiente natural creado artificialmente. La ensalada de anoche Sabina la preparó con lechuga fresca, arrancada hace cuatro meses. Estaba como recién cortada de la planta.
A Federico le gusta el Momo Viejo ubicado en la punta de la escollera, hay buen pescado. A mí también. Tengo mucho para hablar con él, vino blanco y almejas a la plancha mediante. Le pediré que trate de acompañarme mientras indago por esos mundos lúgubres de Papá. Le explicaré lo de las dos historias. Pero para avanzar en la que justifica la escritura de este libro necesito el soporte de su presencia, sus consejos, sus opiniones.
Es un día celeste. El Momo Viejo, una caja de cristal. Almorzamos como a la intemperie, sin ser castigados por el viento sin clemencia del Atlántico sur. Los rayos solares entran filtrados y brindan la temperatura que los cuerpos reclaman. Lo más sorprendente es la vista infinita de playas y mar, entorpecida apenas a la vera de la playa por bloques de rascacielos, y en el mar por enormes cargueros que aguardan en la rada para llevar al mundo alimento argentino desde este puerto que no levanta cabeza, por razones que no es del caso explicar ahora.
-Tres horas pasan volando, me dice Federico. Desayuno, vistazo en mi manzana a los diarios, CNN, leer correos, contestar algunos, y en un soplo estás sobre la vía elevada que cruza Mar del Plata. Ni tiempo para abrir bancos y controlar cuentas. Espero que me hayan acreditado los fondos prometidos.
-Para mí, los tres días fueron interminables. Deambular en soledad por esas páginas es una experiencia irrepetible. Te necesitaba.
-Aquí estoy.
-Para refrescar mi ánimo, te confesaré algunos chismes divertidos que me contó Papá a los pocos días de navegar juntos, cuando gané su confianza; los recordé al leer algunas páginas de los cuadernos.
Nos divertimos un rato, pero no es material para este libro.
Federico prosiguió:
-Arreglé las cosas para no volver a Buenos Aires. Podemos esperar la primavera aquí. Si hiciera falta mi presencia me tomo el tren bala y vuelvo en el día.
-No te moverás de mi lado.
-Un viaje corto de ida y vuelta.
-No.
- En honor a la verdad, mi presencia virtual allí es más que suficiente. ¿Pero tu madre...?
-La preparé, por teléfono, me aseguró que si extrañaba vendría. Lo dudo. Le aclaré que no me movería de aquí hasta organizar una primera versión del libro, que se llamará “Memoria de Papá”, o algo por el estilo.
-Me dijo que esperaba una nueva carta tuya.
-Sí, esta noche le mandaré un emilio.
-A mí no me cabe una almeja más. Tengo la sensación de habérmelas comido con las conchas.
-Volvamos al campo, hay tiempo para una siestita.
Por la noche escribí a madre:

Fecha: 4 de junio de 2023

Para orion2@filo.uba.ar

Asunto: Carta desde El Desquite

“Madre: He seguido con las lecturas y estoy haciendo anotaciones. Federico me da una mano, pero no estoy en condiciones de comenzar la tarea de una escritura formal. Por ahora son borradores. Es una tarea dura. Sobrevuelo el material, con algunas zambullidas. Los tres cuadernos, las cartas, los documentos, los recortes, papeles que Papá guardó y conservó durante años, esperan mi trabajo. Debo leer y releer; ordenar, clasificar, archivar y descartar; reflexionar, meditar, sacar conclusiones; apelar a mi memoria y a memorias ajenas; volver a grabaciones que no he vuelto a escuchar; entrevistar a gente de por aquí, que lo conoció; meterme en su biblioteca, un arcano insondable; reconstruir las charlas con Papá, un torbellino caótico. Menudo desafío. Además, evitar demasías, repeticiones y redundancias. Algunas inevitables, porque en los cuadernos hay dos tiempos de escritura sobre los trágicos sucesos de los años 76 y 77. La primera, fue en caliente, mientras sucedían. Hay otras redactadas cuando se aplacaron sus tensiones, en la tranquilidad de una “fazenda” paulista, o en otros lugares indefinidos. Por último, tendré que confrontar todo este material -que ha estado más de cincuenta años en reposo- con las vivencias más recientes del viaje a bordo del “Huayra”.
“Escucharé y pediré tus puntos de vista, madre. Pero antes quisiera comentarte que esta tarea la voy sintiendo casi como un deber, como un imperativo filial y hasta histórico. Es, para mí, un verdadero conflicto. Rechazo la idea de un mandato paterno, que no recibí en vida. Creo menos en el mandato de los muertos. Del padre que tuve recogí veladas insinuaciones. Es un tema mío. No puedo complicarlo al viejo. Contaré parte de la vida de un hombre que fue protagonista de una historia que no debe repetirse. En aquellos años muchos miraron para otro lado. Yo no puedo hacerlo. Quieras que no, estoy envuelta en el mismo torbellino. Sin que nadie me lo ordene, soy yo la que me digo: “Debo colocar una nueva piedra en el muro del Nunca Más”. Él no quería que sus papeles amarillearan para terminaran en un tacho de basura. ¿Puedo recriminárselo? ¿No es humano el instinto de inmortalidad? Pienso mucho en esto, quiero hablarlo con Federico. Analizaré dónde está el límite para no cruzar la frontera. No será la biografía de mi padre. Cuando él te pidió que algún día me entregaras sus cuadernos, fue consciente de que contenían solamente veinte años de su vida, con una historia tremenda. Era eso lo que no quería que fuera hojarasca llevada por el viento. No haré una mera crónica de los hechos. Narraré una historia vivida por decenas de miles de familias, dejando una llaga abierta en nuestra sociedad.
“Además, otros relatos atraviesan esos años. Para escribirlos, cuando cumplió cuarenta y cinco años, tuvo la idea de comprar un cuaderno y bautizarlo “Cuaderno para ser Feliz”. Hoy trabajo tres cuadernos. Son una ironía del destino estos “Cuadernos para ser feliz”. De difícil convivencia, están íntimamente ligados. El corazón de estos cuadernos late en esta anotación: Perdí tres hijos por desaparición e hice lo imposible para no perder otros tres por separación. Luché por recuperar seis hijos. Reclamé una quimérica “aparición con vida” de los mayores y traté de rescatar a los otros de los escombros de mi segundo matrimonio. No pude.
“No me siento obligada a dogmas ideológicos ni a cánones literarios. Poco entiendo de todo eso. ¿Novela, biografía, crónica, diario personal, memorias? Un poco de todo eso. Será algo múltiple. Unartefacto heterodoxo, lo hubiera definido Papá, si recuerdo bien lo que me enseñó cuando hablamos de literatura posmoderna. Espero que no exceda mis posibilidades. ¿Pretendo demasiado? Como psicóloga, madre, algo tendrás que decirme acerca de mí sobre exigencia. Te escucharé. Necesitaré de tu ayuda. Sé que te duele revolver esas úlceras. Pero madre hay una sola ¿no?
“Federico estará a mi lado. Nos entendemos bastante bien. Ayer le dije que escribiría una historia de vida. Preguntó, acentuando la “b” labial: ¿una historia debida? Capté el juego de palabras, señal de comprensión. También, respondí.
Te ama tu hija.”

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