domingo, 13 de octubre de 2013

CAPÍTULO II - LA NOTA

"Las estaciones trasmutan el color de los cipreses alineados en el horizonte. Marcan la frontera entre un espacio zoológico y vegetal y nuestra intimidad. Del otro lado, la pampa; de éste, las casas. En el idioma del hombre de campo el lugar donde uno vive se expresa en plural. El ocre de los cipreses calvos denuncia el comienzo del invierno. Aquí es muy frío. El invierno se anticipa en estas latitudes sureñas, y cuando el viento sopla del mar una humedad espesa impregna los ambientes. Sobre todo los orientados al sur, como el dormitorio. Deberán convivir con la maldad del clima sureño y pasar aquí muchas noches, largas noches. En cambio, podrán disfrutar el sonido del viento que silba en el follaje de las casuarinas y suena como un concierto de violines."
Estas líneas, de puño y letra de Papá, describen este lugar. Parece sugerirlo como el lugar ideal para... No quiero arriesgar una conclusión precipitada. Pero está claro que algo rondaba en su cabeza. Convivir con la maldad del clima sureño y pasar aquí muchas noches, largas noches... ¿Para qué, si no, para lo que sugiere en las líneas siguientes? La hoja manuscrita, arrancada de algún bloc, reposaba solitaria en un cajón del escritorio, como servida en bandeja. Los otros cajones, abarrotados de papeles, no se podían abrir. La nota avanza más explícita: Si mi ilusión se cumpliera, aquí tendrán .paz y tranquilidad para concentrarse en una tarea que no les será fácil. Y remataba con una de las suyas, yo andaré por ahí, por si me necesitan. Pluralizaba, incluyendo a madre, aun cuando sabía que no vendría porque detestaba el campo. Entonces, ¿quién si no yo era la destinataria de esas “Notas de última voluntad con recomendaciones para facilitar la reconstrucción de mi memoria”? Este era el manuscrito del cual me habló en el verano del 2017, durante el crucero por la costa uruguaya a bordo del Huayra. Entonces mencionó unas instrucciones dejadas en el escritorio del campo, acerca de unos cuadernos que había escrito durante varios años, guardados en un maletín junto con otros papeles. Pretendía que esos cuadernos -tres, creo recordar- no fueran llevados por el viento del olvido. Imaginaba que madre y yo los exhumaríamos para rescatarlos de las basuras que se van con uno. Arriesgó: Quisiera que se ocupen de perpetuarlos, aunque sólo sea en el estante de una biblioteca, al alcance de quien pudiera interesarles. Poco después del viaje, Papá murió de neumonía, Y por años nunca más en casa se habló del tema, salvo la vez que le pregunté a madre donde estarían esos cuadernos y me respondió que estaban en un maletín que se habría llevado al campo. Me pareció que eludía la respuesta precisa.
Le entregué a Federico el manuscrito. Le di también una copia impresa, dejada en el mismo cajón. La leyó con detención, me pareció que más de una vez. Alternaba el papel escrito a mano con la copia impresa. Sentado frente a mí, no me perdí uno solo de sus gestos. Cuando terminó de estudiarlo -fue más que una lectura- dejó caer las hojas con las dos manos sobre ellas, como para evitar que alguien se las llevara.
-Dejando de lado el contenido, tan ambiguo, tan poco explícito, ¿para vos ese manuscrito es un regalo venido del más allá, con esa extraña manera de expresarse?
-Eran sus maneras, me habitué a ellas.
-La letra de tu viejo es ilegible. Pienso que estaba muy interesado en que se leyera bien la nota, por eso les dejó la traducción -gesto de entre comillas- a máquina...
-A mi la copia me sugirió una idea. Hoy dormiré más tranquila.

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