jueves, 3 de octubre de 2013

CAPÍTULO XII - CÔTE BEIGE, RECUERDOS

Madre nos despidió cuando partimos aquella mañana de la primavera del 2017, con buen pronóstico para navegar por el delta. Era un día claro y ventoso, cola de un pampero que había pasado la noche anterior. El Río de la Plata estaría imposible. Para introducirme sin violencia en la experiencia de navegar, Papá prefirió avanzar por canales y riachos, hasta alcanzar Nueva Palmira, Uruguay. Llegaremos en plácida navegación a motor, bajo un sol tibio, encendidos ceibales y un aire dulce de azahares.
Me hablaba como si cantara, como improvisando una letra. Voy anotando estas prosopopeyas del viejo para preservarlas con fidelidad.
-¿Cómo me ves?, me preguntó apenas zarpamos. La pregunta me tomó de sorpresa. Si era un juego, seguiría el tono.
-Te veo azul.
-No soy un príncipe...
-En la infancia soñaba con el Capitán Azul. Madre me dijo que era una representación edípica.
Jugué mi baza,
-Y vos ¿como me ves?
-Yo te veo luminosa. En la cuna te bauticé Plenilunia.
Lo sabía. En el álbum llevado por madre durante mis primeros años leí esta nota de Papá:
La bauticé Plenilunia por ese rostro que sonríe y resplandece con una luz tenue que parece venir del cosmos. Sé qué quiere decirme con los matices de su sonrisa y hasta con los sollozos. A veces la turrita fija en mí su mirada en largos ratos de asombro.
Desde los primeros momentos, se estableció entre nosotros una relación profunda.
Siguió un largo silencio. La sirena de algún crucero advertía su cercanía, interrumpiendo el monocorde ronquido del motor y el chasquido del agua cortada por la proa. Parecía muy concentrado Papá, miraba siempre más allá, a lo lejos. Bajé a cabina para preparar un café, el viaje sería largo. Cuando volví a cubierta con la taza humeante, me guiñó el ojo y sonriendo comentó: El Huayra se desplaza a paso de bicicleta cuando sopla el viento de sentina. Supuse que se refería al impulso del motor, pero evité confirmarlo para no desnudar mi ignorancia. Papá puso cara de esperar la pregunta, pero no le di el gusto. Teníamos por delante un día de navegación. Cruzar dos brazos del Paraná y el caudaloso Uruguay, era nuestro desafío antes de arribar a Nueva Palmira.
Salvo las turbulencias de yates deportivos y lanchas de pasajeros, las aguas estaban calmas. Se frustró mi intención de comenzar mi interrogatorio. Además mi anotador, que dejé en la bancada mientras hacía una maniobra, recibió una salpicadura intempestiva que lo dejó empapado. El abrazo que nos daba la naturaleza desde ambas costas del río, los mensajes que recibíamos de colores y perfumes, me hicieron sentir una plenitud desconocida. Quedé paralizada, como en éxtasis. Pero Papá se adelantó, no esperó mis preguntas, comenzó a barajar recuerdos iniciando un monólogo que retuve en mi memoria y registré más tarde,
fui un hombre solitario, pese a hijos y matrimonios. Me casé muy joven con Matilde, con quien tuve a Valeria, José y Martín. Siete años después, me separé.
Le pedí que me hablara de esos hermanos que no conocí. Me cortó: Hablaremos, pero en otro momento. Y continuó,
la última vez que me encontré con Matilde fue en la Avenida 9 de Julio. Había regresado de París, donde se estableció con Beto, su marido, después del secuestro de Martín. Nos confundimos entre la multitud festejando el retorno a la democracia, con nuestros nietos Tamara y Toti sobre los hombros. Fue el día del triunfo de Raúl Alfonsín. Esa noche olvidamos penas y cantamos y bailamos en la calle, junto a un pueblo que puso un paño a sus heridas y saludó la victoria. Matilde esa noche estaba llena de alegría y vitalidad. Murió seis años después. La arrebató el cáncer.
Habló luego de su segundo matrimonio con Analía, que le dio también tres hijos con la misma secuencia: mujer, varón, varón. Lo que más lo sorprendía era la extraña similitud de sus caracteres. Dijo que las mujeres eran empecinadas y de carácter fuerte; los varones mayores, paternales y protectores; y los menores, soñadores y bohemios. Ajeno a toda vocación por el esoterismo, le gustaba mencionar algunos sucesos de su vida donde la mágico, lo misterioso, lo fantasmagórico, parecían tener una inexplicable presencia. Esta secuencia repetida, las similitudes de los caracteres de sus hijos de las dos familias, era uno de esos casos. Papá me habló de las diferencias culturales e ideológicas de las dos familias, y las explicó por las distintas influencias maternas y los diferentes tiempos generacionales. Yo tampoco era el mismo diez años después, precisó. De todo esto jamás volví a hablar con él. No se me presentó una oportunidad adecuada. Era todo un tema, hubiera querido conversarlo más. Pero los hechos en su vida eran tantos –ordenarlos y registrarlos era mi primera prioridad- que no dejaban espacios libres para elucubraciones metafísicas. Quedó sin respuesta esta pregunta: ¿Qué inexplicable azar arrebató a Papá su primera familia dejándole otra, como para sustituir lo irreemplazable? Su segundo matrimonio resultó difícil y conflictivo. A pesar de todo duró quince años, con rupturas, reincidencias, ilusiones y decepciones,
soy un tipo casamentero y perseverante, de matrimonios con libreta. Finalmente me casé con tu madre. Practicaba el método de prueba y error. Ya no tengo edad para ese tipo de juegos.
Al cruzar el Paraná de las Palmas, las aguas se encrespan. Una fuerte corriente desciende hacia la boca del río. A contramano, el viento sopla desde el proceloso mar de plata. Encajonado entre las márgenes del Paraná, provoca turbulencias desafiantes. Me permitían sentir la emoción de enfrentar la naturaleza aferrada a una cáscara de nuez. Papá dobló la apuesta, empecé a conocerlo como marinero. Aprovechemos para disfrutar de la navegación a vela, tomá el timón mientras establezco un foque. ¡Qué audaz!, pensé. Conduje el barquito hasta llegar al Canal Arias. La mirada de Papá no me abandonaba, atenta a mis movimientos, en silencio. Devolví el mando cuando nos adentramos en el canal. Cumplí su orden. Encendí el motor, mi primer aprendizaje. Refrescó. Me abrigué y le alcancé a Papá una campera. Entonces le pedí que me hablara de su niñez, de sus familias, de las casas en donde vivió.
Sonrío, habló sin parar,
Lo grabé. Cuando se lo hice escuchar, comentó,
que me perdonen los deudos, soy el último sobreviviente de esos personajes. No hay confrontación posible. Recuerdo lo que recuerdo y lo que creo recordar. Mas las posibles deformaciones por los mitos familiares.

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