viernes, 11 de octubre de 2013

CAPÍTULO IV - CUADERNOS

Ahí, junto a la ventana, espera el objeto, inanimado para quien lo mire, imperceptible hasta que lo enciende el resplandor mañanero que avanza desde el Este. Ese cuerpo asume plena identidad y presencia recién con los rayos del sol. Yo entonces, además, descubro un movimiento, como si respirara para mí, sólo para a mí. Cuando madre me habló de él, me dijo que adentro latía una vida. Es posible que esté hechizada por esas palabras. Es un fantasma que crea mi ilusión.
Confieso que me sorprendió la primera vez que Papá mencionó los cuadernos. Hasta entonces había eludido las confidencias, dejando en el aire alguna tímida pregunta arriesgada por mí. Papá era abierto y campechano, directo y de brutal sinceridad. Pero ¿quién podía sacarle de adentro esos callos de amores y dolores sepultados durante años en lo más hondo de su pecho? Era difícil atreverse a penetrar en su intimidad. Uno imaginaba que interponía una valla, pero no era así. Sabía marcar distancias para alejar a curiosos e impertinentes luciendo un carácter alegre y jovial que desconcertaba. Un día me soltó que durante años había escrito un diario personal, recuerdos de mi vida, observaciones sobre hechos que me interesaron, reflexiones deshilvanadas y poesías y cuentos, cuando podía. Escribir fue una de mis vocaciones, amé la literatura desde antes de tener la edad de amar.
Me lo dijo al timón del Huayra, el más durable de mis afectos. Lo tendré mientras pueda entregarle las tres cosas que los barcos demandan, como las mujeres: tiempo, cariño y plata. Si alguna faltara, mejor es abrirse. Radiante de sol, bronceado el pecho desnudo, aún fuertes los músculos de sus brazos, le fluía la vida a pesar de sus noventa años. Contradictorio y sorprendente, en ese momento de plena vitalidad me habló de la muerte,
el inexorable almanaque nos vencerá, pero presentaré lucha. Algún día me tocará perder, supongo... A la muerte sólo le pido que tarde en llegar y proceda rápido... Esos cuadernos los comencé hace muchos años, en un momento muy difícil de mi vida. Ignoraba lo que me tocaría vivir pocos años después... No sé que será de estos papeles cuando pulse el arpa o empuñe el tridente, vaya uno a saber cuál será mi destino. Le pediré a tu madre que los conserve un tiempo y, si no cayeran en manos dispuestas a lograr que trasciendan, que los queme antes de que amarilleen.
Mientras amaga la noche, mi vista se pierde en el parque que se desdibuja en el atardecer. Me acostaré temprano. Mañana, después del mate, enfrentaré el maletín que contiene los cuadernos. De ellos, a madre le habló más que a mí. Le confió que eran un testimonio descarnado, páginas enteras de exorcismo y catarsis, y le sugirió que, en su momento, me los entregara. A mí solamente me dijo que algún día los leería, pero nunca me reveló que fueran algo más que un diario de recuerdos personales. Hablé con madre después de mi reportaje flotante. ¿Qué hay de esos cuadernos que escribió Papá.? Recuerdo su largo silencio y su mirada perdida.
Largo silencio y mirada perdida fue también la de Papá cuando le pregunté, en una de esas calmas chichas que promueven las confidencias, sobre esas anotaciones.
- ¿En ellos escribiste la historia de la desaparición de mis hermanos, no es cierto?
Al rato, asintió con la cabeza.
¿Habló con madre de la poderosa muerte? Es probable, porque él no eludía el tema. La persistente tos y una fiebre que se prolongaba desde el regreso, debieron indicarle que había llegado ese momento.
Y aquí estoy yo ahora con los cuadernos de Papá que palpitan en ese maletín junto a la ventana.

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