Avanzo hasta el otoño del 76. Comenzó peliaguda la nueva estación. En San Pablo, “chuvas e pancadas”, días destemplados, noches frías, lo enfrentaron al rigor de un clima inesperado. Debió adaptarse a la idiosincrasia paulista, a nuevas tradiciones culturales, a usos y costumbre diferentes Si bien pronto fue seducido por la música popular brasileña y por la comida de la tierra elegida, le costó el cambio del vino por la cerveza; pero descubrió el elixir de las caipirinhas. Eso sí, sentir frío en “el país tropical” lo dejó perplejo,
nunca tuve más frío en mi vida. La primera noche en mi departamento de San Pablo, a principios de nuestro verano, debí echar sobre mi cuerpo la campera y el sobretodo que llevé para viajar a los inviernos nuestros, europeos o norteamericanos, no con la idea de usarlos en Brasil.
Compró una biblioteca para acomodar sus libros y un escritorio grande que ubicó frente a la ventana para disfrutar, en las pausas de sus escritos y lecturas, la vastedad de la ciudad neblinosa, sus dimensiones y misterios. Fueron días monótonos. Levantarse temprano, un casete de bossa nova , bañarse, controlar el peso, marchar a su trabajo, volver por la tarde, leer un rato, escribir en sus cuadernos, cocinar su eterna dieta permanente de infracción constante, esperar inútilmente el sonido del teléfono. Rutinas,
no estoy en contra de la rutina normal de la vida. En una época me aterrorizaba. Ahora comprendo que la vida es así, debe serlo. La vida es una rutinaria espera de la muerte.
Analía lo visitó, después de recibir una carta en la que Papá le pedía ayuda para desprenderse. Entonces, contradictoria como siempre, según Papá (manejadora, diría yo) ella dio un paso largo: Viajó a San Pablo para acompañarlo. Estuvo unos pocos días y, una semana después, volvieron juntos a Buenos Aires. El reencuentro con sus hijos en la vieja casona familiar de Tigre, las caminatas por la calle Florida, las visitas a los amigos, avivaron su ilusión. Conoció a su nieta Tamara, de poco más de un año, en un encuentro clandestino lleno de secretos, sigilos, enigmas, avivando el miedo por la suerte de esos hijos. Cuando debió regresar, Analía lo acompañó hasta el Aeroparque, anticipo de un viaje definitivo, fantaseó Papá. En San Pablo disfrutó del sabor dejado por la estadía argentina. Surcó en soledad la vasta represa de Guarapiranga a bordo del Ideé Fix. Viajó a Salvador, ciudad que lo excitaba. Cinco sentidos no bastan para gozarla. Por la noche habló con Analía y los chicos. De muy buen humor, registró estos crípticos dodecasílabos,
más allá del tiempo perdura la imagen
de aquellas dos rosas en la coca-cola.
Tres meses después, el horror.
No encontré ningún, comentario, ni referencia, acerca del golpe militar del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué no lo hizo? ¿Sospechaba cómo marcaría su vida? ¿Desconexión para no potenciar sus miedos? ¿O por ésta reflexión?,
la política fue siempre para mí un sentimiento visceral. Pero me hizo doler tanto las tripas que la abandoné.
Se había alejado del gobierno de Arturo Frondizi cuando éste anuló, por presión militar, una elección legítima ganada por el peronismo. Nunca volvió a afiliarse a ningún partido. Veinte años después, la política tendría para él el costo de la pérdida de una familia. En San Pablo, hasta que recibió el llamado anunciando el secuestro de Martín, su preocupación central era recomponer su segundo matrimonio. El desasosiego por sus hijos mayores se regía por el pas de nouvelle, bon nouvelle. Así lo dejó escrito en estos cuadernos. Aunque sombras de dudas comenzaban a preocuparlo,
creo que soy prisionero del pasado. Aturdido por lo que fui no encaro lo que quiero ser. Me aferro a viejos afectos, conservados como esos objetos inútiles que se guardan nada más que por haberlos tenido. Todo eso me impide mirar el horizonte para reconocer otros caminos diferentes. ¡A demoler el muro!
Viajó por el interior del Brasil. Conoció el país a lo largo y a lo ancho. Amó su naturaleza exuberante y al sacrificado pueblo que canta su pobreza Disfrutó de su música, de sus playas, de sus bosques. En Brasil selló para siempre su pasión marina.
En Natal anota,
el mar aquí, hoy no es claro ni transparente. Es un día nublado y ventoso. Podría ser un día de marzo de nuestras costas. Este hotel también se asoma al mar. Una amplia veranda me permite observarlo. Alguna jangada navega con poca vela y viento fuerte. Desaparece rápidamente en el horizonte. Bajo a la playa, me zambullo entre las olas que rompen con amplitud. Me interno. Nado un tiempo que me pareció infinito.
Relata esta historia,
Salí con Mestre Amaro, veinticinco años pescando, compositor y poeta, tomador de vino y amador de vientos. Lo encontré en la playa y me invitó a navegar el mar pernambucano en su jangada. Mestre Amaro me confiesa sus amores: el mar, el vino y la música. Le digo:”Para mim também, mais vôce debe ser muito feliz”. Mestre Amaro logró transmitirme un poco de su felicidad. En tierra recordé a Dorival Caymmi: “la jangada voltó sôa... qué doce e morrer no mar...”
Ese era Papá. Mi viejo en su salsa, gozando vivir.
El viaje mitigó ansiedades y distanció preocupaciones. Regresó a San Pablo.
Lo esperaban dos cartas contradictorias. Una le dice: “Pienso que a la altura de los años que andamos (cerca del medio siglo) cada minuto que pasa es de oro. Y no hay oro en el mundo que compense su desperdicio”. Otra aconseja: “Te pido que no sientas que estas perdiendo un tiempo especial de tu vida. Para quienes viven intensamente, ningún tiempo, ni siquiera el de crisis, es tiempo perdido o malgastado”. Las uno con un clip, y anoto: “Pensar quién tiene razón”.
me gusta como escribe este escritor. sus relatos me remiten mucha paz y tranquilidad. siempre que estoy en mi apartamento en buenos aires antes de dormir me leo unos capítulos de el. este es justo para la estación en la que estamos
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