lunes, 2 de septiembre de 2013

CAPÍTULO XLIII - ESPERA EN SAN PABLO

Suspenderé el relato náutico. Lo reservo para los últimos capítulos. No quedaba mucho más para leer sobre las vicisitudes de Papá en la búsqueda de sus hijos. Había hecho lo posible por esclarecer los sucesos, descubrir a los responsables y reunir material para la condena de los  los futuros juicios que la sociedad reclamará. Decidió volver a Brasil y esperar a José en su departamento de San Pablo. Era el último de sus tres hijos libre de ser capturado, suponía. Transcurrió todo el mes de junio de ese año 1977. José nunca llegó. La vana espera, el silencio, el transcurso de amargos y tristes días, desalentaban sus esperanzas decrecientes. Su trabajo lo obligaba a cortos viajes por el interior de Brasil. Dejaba un mensaje en la portería para entregar a una pareja joven, acompañada por un niño, que llegaría cuando él estuviera ausente. Cuando le avisaron que el hijito de José había sido restituido, decidió volver a Buenos Aires. Ya no dejó un mensaje sino una carta. La encontré entre estas hojas: “Para mis sobrinos”, indicaba el sobre. Tomaba precauciones, porque la represión se extendía fuera del territorio argentino. El Plan Cóndor, acción coordinada de los militares de Argentina, Chile, Uruguay y Brasil, obligaba a ser precavido. Transcribo el texto manuscrito:
“San Pablo, 8 de julio de 1977
“Queridos:
“Hoy en vuelo de las 19.30 salgo para Buenos Aires.
“No sé si ustedes vendrán de visita para las vacaciones, como me prometieron. Yo viajé porque tengo algunos problemas allí y quiero visitar a mi nieta, que está con la abuela, y a mi nieto que está con el abuelo Augusto, según supe.
“Pueden quedarse aquí, o ir a un hotel, como prefieran. Usen mi teléfono para hacer las llamadas que necesiten.
“Dejé a mi amigo Janusz Krasowski instrucciones para que los atienda como si fuera yo mismo. Vive en Sao Carlos do Pinhal 345, apto 1001 (a dos cuadras de de aquí), teléfono 288-4464. Él me llamará a Buenos Aires, si hiciera falta, y les entregará el dinero que necesiten. Le dije que ustedes eran mis sobrinos más queridos y que los trate como si fueran mis hijos hasta mi regreso, lo que haré en el primer avión cuando Janusz me avise. Les prometo que haremos de inmediato un viajecito a Bahía, como habíamos previsto.
Un beso muy grande
Papá.”
Debajo, en tinta color naranja escribió: (Esta carta la dejé en la portería de mi depto. en S.P., con la esperanza de que José y Electra llegaran mientras yo estaba en Buenos Aires)
Volvía a Buenos Aires con la noticia de la entrega de Toti, y la ilusión de que lo dejaron con los abuelos para facilitar la salida y reencontrarlo después. Por lo tanto, una llamita de nuevas esperanzas se había vuelto a encender. No descartó que se cruzaran y aparecieran en San Pablo estando él en Buenos Aires.
Última cita de Papá, cerrando la etapa de su estadía en Brasil:
“Esta inseguridad de la vida... imprime a mi parecer en el argentino cierta resignación estoica para la muerte violenta, que hace de ella uno de los percances permanentes de la vida, una manera de morir como cualquier otra; y puede quizás explicar en parte la indiferencia con que los argentinos dan y reciben la muerte, sin dejar en los sobrevivientes impresiones profundas y duraderas
Facundo
Domingo Faustino Sarmiento”

Despide el atroz año 1977, así,
¡Omití registrar mi cincuentenario!
El 11 de diciembre de 1977 había cumplido cincuenta años.
Líneas finales,
pasó la navidad de 1977. Una tremenda angustia me ahogó en el momento de los brindis y los regalos, a las doce de la noche. Me fui al jardín a hacer pis al fondo del parque, entre los cipreses, mientras todos se abrazaban. Y lloré. Analía me encontró deambulando en la oscuridad. Recuerdo que le pregunté: ¿dónde están?, ¿dónde están, pobrecitos? Yo mismo me respondía: Deben de estar muertos, están muertos. El dulce recuerdo de Valeria, de José y de Martín me invadió el alma de un sufrimiento calmo, profundo. El dolor se transformó en tristeza y mi espíritu se serenó. El recuerdo de mis hijos muertos en su lucha, en su infatigable lucha por un mundo más justo y un hombre más digno, es el más valioso tesoro que guardaré hasta mi muerte. 
(27 de diciembre de 1977)
El último día del año escribe,
esta noche expresaré alegría, como todo el mundo, pero mi pensamiento seguirá girando alrededor del recuerdo de mis hijos.
(31 de diciembre de 1977)
Leo a Federico la síntesis del año y la despedida.
-Si me lo leíste para conversarlo conmigo, como en otras oportunidades, no sé qué decirte. Hay poco que agregar. Fue una juventud heroica y abnegada, mártires, luchadores conscientes, e inconscientes, de su destino final, protagonistas utópicos del sueño de Revolución o Muerte...
-Tiraste una enunciación al voleo, Federico.
-Quisiera escuchar tus reflexiones.
-En esencia fue una utopía, con plena conciencia de que se jugaban la vida. Esa fue la marca relevante.
-Tenían como una compulsión para el protagonismo, muy propio de esos jóvenes En muchos casos había una actitud parricida, por resentimientos familiares.
-No sé qué habrás estado leyendo, Fede. ¿O hablaste con tu tía Frida, la psicóloga? Pongamos los puntos sobre las íes: Estos chicos amaban al prójimo, odiaban las desigualdades sociales, la gran mayoría sustentaban su militancia en ideologías que conocían muy bien, las estudiaban, las discutían y difundían. Eran altruistas, frente al egoísmo generalizado. Se proletarizaron, renunciaron a bienes y dinero, cedieron sus derechos. Predicaron con el ejemplo. Papá supo que hubo quienes vendieron sus acciones en empresas familiares para entregar el dinero al Partido. Él conoció a uno de esos muchachos. Además, amaban la vida, no eran suicidas. Yo pienso, madurando la idea, que Papá se equivocó cuando arriesgó su alegoría sobre los bonzos, en su desesperación por alejar a José del peligro. A José lo afectó para siempre. No le perdonó comparar los suicidas religiosos con combatientes revolucionarios, ni cuando se restableció el diálogo. Papá aceptó que cometió un error dialéctico.  Esa juventud amaba la vida, quién puede dudarlo. Constituyeron hogares prematuros en plena juventud. Confirmaron que la familia es la célula de la sociedad, a partir de la cual la vida agrega valores. Por eso tuvieron hijos para seguir viviendo en ellos. Para dejarnos su vida, si les tocaba caer. ¿Entendés, Federico?
-¿Y esos hijos huérfanos criados por abuelos, o por falsos padres, muchas veces apropiados por represores, no habrán cuestionado la postergación de la responsabilidad paterna en aras de las ideologías, por legítimas y valederas que fueran? Me gustaría saber cuántos de esos pibes, si bien militaron por los derechos humanos cuando terminó la lucha armada, cuántos, sin decirlo, pensaron que sus padres los condenaron al dolor eterno de la orfandad, a ser sujetos involuntarios de una tragedia histórica. Quiero conversarlo más detenidamente. Entiendo tus pareceres. Eran tus hermanos. Tu padre influyó también en esa visión. Yo lo veo con más distancias y a través de otros prismas. A mi no me tocó ni de cerca toda esa historia. “La guerra sucia”, la llamaban en mi casa –tu viejo abominaría de ese término- pasó hace más de medio siglo. Yo nací en medio de otro despelote, en plena crisis económica y política. Mis viejos me contaron que salían a la calle a sonar las cacerolas pidiendo “¡Que se vayan todos!”. No se fue nadie, quedaron todos. Crecí no sólo con indiferencia por la política, sino odiándola. Eso me hace ver todo de manera muy diferente.
-Sin desmerecer tus condiciones, no te creía capaz de un análisis como el que has hecho.
-Es que pensé mucho en estos días, aunque no te hayas dado cuenta.
-Para mí es muy importante. Te busqué como oreja, y me alegra haber tenido una oreja pensante. Ahora quiero detenerme en las primeras palabras de tu inventario. ¿Héroes o mártires? No es lo mismo.
-¿Cuál es la diferencia?
-Nunca tuve coraje para hablarlo con Papá. Para mí el heroísmo es una condición previa a la acción, una cualidad humana, un acto de voluntad. El martirio es posterior a la acción, sucede a pesar de uno, aunque muchas veces se enfrenten riesgos. El heroísmo es una condición, el martirio una consecuencia. Para ser mártir debe actuar otro.
-¿Fueron héroes o mártires?
-Hubo héroes y hubo mártires
Sobre utopías, mártires y héroes, recuerdo palabras de Papá,
quizás históricamente valió la pena la sangre derramada. Erradicaron a los militares como factores de poder, y los golpes de estado para siempre. No valió la pena para mejorar la política y el funcionamiento institucional del país. Sigue vigente la corrupción, un cáncer social cada vez más generalizado y profundo. No valió las penas que sufrimos padres e hijos; los familiares, en general. Ni se resolvió el galimatías entre Ideales, Utopías, Martirio, y Heroicidad.

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